La insólita historia del Rey de la Araucanía de hace 160 años

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El aventurero francés Orélie Antoine de Tounens llegó a la Araucanía con la idea de conformar una confederación de estados americanos

Coronado, encerrado y desterrado: la insólita historia del Rey de la Araucanía de hace 160 años

Uno de los episodios más inauditos de la historia de Chile comenzó a forjarse en 1860, cuando el aventurero francés Orélie Antoine de Tounens llegó a la Araucanía con la idea de conformar una confederación de estados americanos, como lo pensaba Bolívar. No estaba en sus planes ser monarca, pero los hechos dijeron otra cosa. Ello hizo reaccionar al gobierno chileno, que emprendió la conquista del territorio. La historia completa en Culto.

Llevaban tiempo tratando de cazarlo, pero todo había sido inútil. Las autoridades de la joven república de Chile estaban preocupadas. Parecía que el individuo desaparecía en medio de los tupidos bosques de la región de La Araucanía y que solo podían ver su sombra serpenteando como un fantasma en los valles.

Pero en enero de 1862, un hombre llamado Juan Rosales, quien hacía las veces de explorador y ayudante del buscado, decidió que ya tenía bastante estando al lado del hombre y decidió entregarlo a las autoridades. Para ello, logró enviar una carta a la gobernación de Nacimiento donde indicaba el lugar donde se encontraría el francés Orélie Antoine de Tounens esos días.

Rosales informaba que el galo llegaría el 4 de enero a Malleco, con el fin de conversar con el lonko Trintre. Era el momento que estaban esperando. Apenas terminó de leer las líneas, el gobernador de Nacimiento se puso a mover sus piezas rápido.

Una partida al mando de Lorenzo Villagra, más el teniente de policía, Quintana y cinco soldados de caballería cívica, fue la designada para ir a Malleco para capturar a Orélie. Debían demorarse lo menos posible, debido a que el europeo se iría del lugar apenas concluida su reunión con el lonko. Para pasar aún más desapercibidos, se vistieron como comerciantes.

Entre la espesa neblina de los bosques del sur, la partida se adentró en unos terrenos casi vírgenes. Uno de los hombres recibió la misión de adelantarse y hacer contacto con Rosales, a fin de comunicarle que un grupo armado iba a en su protección. El mensajero logró su cometido, y obtuvo la información de que Rosales estaría entreteniendo a Orélie en la zona de los Perales, a un costado del río Malleco, y que habían algunos indígenas acompañando.

La misión, entonces, tendría que completarse con sigilo y cuidado.

Una vez que llegaron al lugar señalado por Rosales, los hombres de la partida de Nacimiento aseguraron su retaguardia y avanzaron sigilosos y silentes. Como un puma acechando a su presa. La información era correcta, y efectivamente vieron a Orélie Antoine de Tounens con su larga cabellera y barba espesa, como se estilaba por entonces.

Así, el teniente Quintana fue el que se arrojó directo a la presa. Le quitó su espada y lo obligó a subir a caballo.

Cerca de las 18.00 horas del 6 de enero de 1862, Orélie Antoine de Tounens se encontraba atado en la plaza de Nacimiento rodeado por una muchedumbre curiosa, que entre risas, burlas y algunos chismes comentaba lo que veían ante sus ojos.

Su majestad, el rey de la Araucanía, había sido capturado.

En busca de un aliado
Hasta 1859, el abogado francés Orélie Antoine de Tounens pasaba como un extranjero más de los que pululaban en un Santiago que iba en tránsito hacia la ansiada modernización de su aspecto colonial. Dos años antes se había inaugurado el Teatro Municipal y el primer edificio que albergó a la Estación Central, mientras a pala y picota los obreros construían la línea férrea que iba a unir a la capital con Valparaíso (se inauguró en 1863) y otros ramales que conectaban con el sur del país.

Eran días en que el progreso era la palabra en boga para aquellos más ilustrados y Francia era su modelo. La élite chilena de entonces, fervorosa seguidora del ideario liberal de la Revolución Francesa, miraba al país de Victor Hugo, Dumas y Eugène Delacroix, como una referencia a seguir en cuanto a patrones de consumo cultural y de ideas.

En esos años, cuando el todavía muy provinciano Chile se abría al mundo, algunos extranjeros llegaban al país a trabajar en el comercio y en algunas profesiones. Aunque no todos. Para 1859, Orélie Antoine de Tounens llevaba un poco más de un año en el país, y tras alternar domicilios entre Coquimbo, Valparaíso y la capital, se integró a logias masónicas locales. No solo eso, además aprendió el castellano y el mapudungún.

“Él era originario del sur de Francia -explica a Culto el investigador francés Jean François Gareyte, autor de la extensa biografía en dos tomos El sueño del hechicero. Antoine de Tounens, Rey de La Araucanía y de la Patagonia (La Lauze, 2019)-. Hablaba francés, pero también occitan (una lengua del sur de Francia que es como el catalán de España), lo que le ayudó mucho para aprender y hablar castellano”.

Las biografías más clásicas y la información disponible en sitios de internet suelen mencionar que el galo llegó al país con un plan que a primera escucha suena un disparate: concretar un reino en la Araucanía con él a la cabeza. Una suerte de monarquía mapuche liderada por este hombre barbado, de cabellera larga que había dejado su país -donde trabajó de procurador de un tribunal-, tras entusiasmarse con la lectura de La Araucana, el poema épico de Alonso de Ercilla (publicado en 1569) que cantaba la Guerra de Arauco y la resistencia del pueblo mapuche contra el conquistador español.

Pero originalmente, Orélie había tomado el barco a Chile con otra intención.

“Al principio, Orélie Antoine no vino a Chile para convertirse en rey, vino con otro proyecto”, explica Jean François Gareyte. “Como masón, él quería emprender un gran programa, (como muchos otros masones de América Latina o de Europa) emprender el ‘sueño de Bolívar’”, es decir, formar una suerte de gran confederación sudamericana.

Más tarde, cuando fue detenido, ante el oficial que lo interrogó dijo que su idea era “reunir las repúblicas hispanoamericanas bajo el nombre de una confederación monárquica constitucional dividida en diecisiete estados”.

Pero en 1859, el horno no estaba para bollos en el país. Entre enero y mayo estalló una sangrienta guerra civil contra el gobierno conservador del Presidente Manuel Montt. Si bien, las principales acciones ocurrieron en el norte -con Pedro León Gallo a la cabeza-, en la zona de la frontera hubo un levantamiento liderado por Nicolás Tirapegui y Bernardino Pradel, quienes ocuparon Los Ángeles y Nacimiento, pero fueron derrotados cerca de Chillán.

Desde Santiago, Orélie Antoine siguió con atención los acontecimientos. Le interesaba el resultado de la guerra por una razón en particular: el apoyo de algunos líderes mapuche a los rebeldes. En especial de uno de los más importantes, el toki Mañil, un hombre -además machi- sobre el que hay tanto de verdad como de mito. “Tenía pelo canoso, largo y padecía vitiligo, así que le decían ‘el overo’ y usaba un caballo manchado igual que él -cuenta el historiador y académico Fernando Ulloa-. Tenía piedras mágicas que le anunciaban el futuro y le atribuían poderes sobrenaturales”.

Mañil, líder de los lonkos arribanos -es decir, quienes vivían cerca de los faldeos de la cordillera- tenía ciertos intereses en el conflicto, ya que era amigo de Bernardino Pradel, uno de los cabecillas rebeldes. “Mañil estaba muy inquieto, preocupado por el avance constante de los colonos chilenos en los territorios del wallmapu -explica Gareyte-. Buscaba aliados para proteger sus tierras”.

Por eso, una vez derrotados sus socios en la guerra civil, al viejo líder indígena le quedaban pocas opciones. “Intentó hacer una alianza con un general argentino de apellido Urquiza, por un proyecto político de confederación”, explica Gareyte.

Pero en algún momento, una carta llegó hasta él. La firmaba un tal Orélie Antoine de Tounens. En la misiva le ofrecía su ayuda para formar una gran confederación, que podría contar con el reconocimiento diplomático de Francia. El toki lo pensó. Le envió una carta de vuelta. Aceptaba reunirse con él en el cerro Adenkul en la Araucanía (cerca de Traiguén) para conversar. Entusiasmado, Orelie viajó al sur. El sueño, estaba por cumplirse.

La tensa calma

El siete de enero de 1825, a orillas del río Tapihue -donde ya se habían celebrado parlamentos en el periodo colonial-, un grupo de lonkos mapuches firmó un tratado con el gobierno central de Chile (representado en esa ocasión por el coronel Pedro Barnechea), que reconocía al río Biobío como frontera común, además de distintas obligaciones entre las partes, como la prohibición a los chilenos para adentrarse en las tierras de los líderes indígenas. Fue un intento de regular las relaciones, tras el apoyo de varios líderes mapuches a la causa realista durante la guerra de Independencia. Pero con el tiempo, lejos de la cordialidad, la tensión fue en aumento.

“Hasta antes de la ocupación de la Araucanía las relaciones entre ambos estuvieron dictadas por la continuidad de los pactos de los parlamentos -explica el historiador y Doctor en Historia, Fernando Pairicán-. Lo que los mapuches van a solicitar bajo la república de Chile es la continuidad de los parlamentos. Entonces la resistencia mapuche se va a dar cuando el estado chileno pase a llevar los acuerdos”.

Sin embargo para mediados del siglo, el estado estaba comenzado una paulatina ocupación de las tierras del wallmapu. “Las autoridades chilenas, los presidentes, las élites penquista y la élite santiaguina, están ocupados en abrir esos espacios a la industria del carbón, de conseguir maderas -afirma el historiador Fernando Ulloa-. El general José María de la Cruz tuvo un plan de ocupación anterior al de Cornelio Saavedra y al viaje del ministro Antonio Varas, que ya por la década del 40′ había cruzado a La Araucanía, como también lo hizo [Ignacio] Domeyko. Ellos hicieron observaciones positivas, sobre todo del punto de vista del paisaje y de los recursos disponibles en ese espacio que querían asegurar para la república todavía en formación”.

Por ello es que la política de alianzas no era descabellada. “En aquellos años estaban en boga las ‘Confederaciones’ indígenas”, explica Ulloa. Y como ejemplo, cita un caso, el del líder Calfucurá, quien formó la Confederación de Salinas Grandes, la que aglutinó a las tribus de las pampas desde Neuquén, hasta algunas zonas de la provincia de Buenos Aires -en el territorio argentino- hasta al menos mediados del siglo. Precisamente, este era primo del toki Mañil.

“En la documentación de la época uno puede apreciar que había longkos que tenían verdaderos aparatos diplomáticos y un despliegue muy fino de la hospitalidad -complementa Ulloa-. Eran longkos que leían diarios o hacían que se los leyeran, estaban profundamente interesados en los detalles de la política chilena y comprenden los sistemas de alianzas y las tensiones entre unos y otros generales”.

Por ello es que la idea de aliarse con un extranjero, que ofrecía una alianza y un posible reconocimiento internacional, era una oferta muy atractiva para un jefe como Mañil. Sin embargo, no alcanzará a concretarla. Mientras Orélie iba en viaje, el viejo líder murió. La llegada del francés, ya en 1860, coincidió con la reunión de los lonkos de la zona y el surgimiento de un nuevo liderazgo, el de Quilapán, hijo de Mañil.

Una elección entre asado y chicha
En los frondosos bosques de la Araucanía, Orélie Antoine se encontró con Quilapán, el hijo de Mañil, justo antes de realizarse el llamado trawun o junta para elegir al nuevo toki. “También se puede denominar koyag y que los españoles anotaban como collao, tal como se le llama al estadio de Concepción”, añade Ulloa.